Un pequeño inicio...
“Los pobres no tienen fronteras...”
“Admito que he pasado una mala vida,
Pese a esta confesión no puedo considerarme
Un asesino de mi vida, muchos se preguntan
Que yo tengo una conducta distinta a las de ellos,
Aún me pregunto si mi percepción algún día
Va a ser la correcta, nunca he podido jugar
Libremente, tengo una sola vía de escape, la
Imaginación, el beber y el comer muchas veces
Me vuelve alegre…”
Luis (Márquez, 2010).
Hace algunos días una queridísima compañera, me contó con mucha rabia que en su país sistemática, pero invisiblemente se esta haciendo desaparecer a lo que muchos cientistas sociales han llamado, vagabundos, andantes, torrantes. Estos mismos cientistas sociales con su mirada romántica hacia estos personajes, poco han hecho ante esta problemática histórica en Latinoamérica. En Brasil con los niños vagabundos, en Argentina con los cartoneros, en Colombia y también en Chile, donde aparecen muchos de los llamados “sin nombre” golpeados o muertos.
No aspiremos a que el Estado (que invisiblemente propicia la exclusión y exterminio de los “sin nombre”), los políticos, fundaciones o grandes empresas, hagan algo, ya que la condición de movimiento que caracteriza a estos sujetos, solo nos pide y busca nuestra comprensión, tolerancia y el respeto a lo que en algunos casos ha sido una opción, aunque la mayoría de las veces, solo es consecuencia de una injusta sociedad moderna o hiper-moderna, como se la ha llamado actualmente.
Recuerdo profundamente, cuando inicia el viaje hacia el sur de Chile desde la Estación Central de Santiago, como al borde de las líneas de este monumento a la modernidad que es el tren, se suele ver en contraste a un tiempo más rápido y fugaz como transita en un paso lento y silencioso estos vagabundos en busca de algo, un transitar anónimo que a gritos pide respetar el silencio del tumulto que genera la modernidad. Solemos verlos despectivamente, ignorarlos, repudiarlos por la condición en la que se encuentran, pero al ver su mirada ¿Qué sentimos? Como reflejo en el espejo vemos en nosotros mismos la miseria que nos embarga, no por ver un futuro al que le tememos, sino a un presente constante que nos dice que hay muchos que sufren injustamente, mientras otros disfrutan a costillas del sudor de llanto de muchos.
Como reflejo nos dan cuenta de lo ciego que estamos ante la suciedad del mundo como dijese aquel vagabundo conocido como Chaplin, cuando nos miramos a los ojos, los cerramos para ignorar el hambre, pero los tenemos bien abiertos ante la fabúla del mercado, que nos encandila con sus luces y ofertas buscando generar distancias irrecorribles como paradoja de la aglomeración urbana en la que nos encontramos. Como dijo el mismo Chaplin, que en su momento se sintió un vagabundo en los tiempos modernos en los que habitó, éste vagabundo al contrario de lo que piensan muchos persigue en sueño, no es el de acumulación excesiva, el tener una casa en un condominio, un auto ultimo modelo, etc., lo único que nos piden es que no nos olvidemos de ellos, respetemos su condición, su silencio y su libertad….
Piensen, detenganse aunque sea a eso ¿Cuál es nuestra responsabilidad como sociedad ante estas realidad? A veces pienso y siento que el darwinismo social esta más presente que nunca en esta sociedad de masas, ingenuo puedo ser al pensar en que esto puede cambiar, pero lo prefiero así, como dijo Bakunin:
Al buscar lo imposible el hombre
Ha realizado y reconocido lo posible, y
Ha realizado y reconocido lo posible, y
Aquellos que sabiamente se han limitado
A lo que les parecía que era lo posible
Jamas han dado un paso adelante…
¿Ahora quien es el vagabundo? ¿ellos los “sin nombre” o “nosotros”?, Me gusta más pensar en el desafío que supone la búsqueda de la humanidad y de la libertad, como Chaplin en sus películas mudas, el ser humano es un vagabundo que se opone a la alienación de una modernidad sin sentimientos, en la actualidad la miseria reina en la sociedad y ese es el reflejo que vemos cuando nos encontramos con estos personajes. Nose si esta es una buena introducción mi querida compañera, tal vez al lado de lo que escribistes tú que realmente me embargo de un sentimiento de admiración por la forma en la que escribes y relatas esta realidad, suponga un obstaculo, la nostalgía de otro tiempo me embarga, ahora al lector lo dejo con el escrito de mi amiga y esperamos que ante la perplejidad que supone lo fugaz logren detenerse a pensar y sobre todo a escuchar, disculpen mi ortografía y redacción, me permito terminar con un poema de Giuseppe Ungaretti:
En ninguna
parte
de la tierra
me puedo
arraigar
A cada
nuevo
clima
que encuentro
descubro
desfalleciente
que
una vez
ya le estuve
habituado
Y me separo siempre
extranjero
Naciendo
tornado de épocas demasiado
vividas
Gozar un solo
minuto de vida
inicial
Busco un
país inocente...
parte
de la tierra
me puedo
arraigar
A cada
nuevo
clima
que encuentro
descubro
desfalleciente
que
una vez
ya le estuve
habituado
Y me separo siempre
extranjero
Naciendo
tornado de épocas demasiado
vividas
Gozar un solo
minuto de vida
inicial
Busco un
país inocente...
Kallejero
22 de Diciembre de 2010
LOS SIN NOMBRE
Recorro las calles de mi ciudad natal (Colombia), descubro que hay voces, lamentos, melodías... vidas íntegras que reflejan el tejido de la historia social: unos han escogido los andenes, los puentes, los basureros... como hogar, como mundo; opción no menos importante que la de quienes han decidido tener casas, autos, vidas entregadas al combate laboral que alimenta los bolsillos de las empresas cuya función es mecanizar la existencia, hacer cuadrículas, esquemas, cárceles de tiempo y espacio.
Entre semáforos, gritos, mercados callejeros, caos urbano, mentes vacías, borregos que persiguen deseos instantáneos, necesidades inventadas, hay miles de ojos que mantienen un brillo invisible; sus historias, sus fantasías drogadas, su evasión al sistema, todo lo que nos compone (sí, a usted, lector, a mí que escribó, a quienes prefieren ignorarlo y permanecer en la comodidad que les ofrece su televisor), pero que en su caso se manifiesta de formas que tanto fastidian: ropas roídas; olores que son más bien almizcle de lo jodida que es la vida a través del sentido del olfato; palabras que no concuerdan con lo que se quiere escuchar en un agradable y contemplativo camino a casa; reacciones impredecibles, quizá agresivas – por qué será? Pregúntese, cuestiónese, deje de juzgar y entienda que nada es gratuito! -; soledades o compañías tildadas de lo peor... todo eso que algunas personas definen – con una propiedad ignorante, despectiva, desubicada – como escoria, desechable, indigencia, gamín (términos que, por lo general, se han acuñado para poder diferenciarse de las personas sin otro techo que el nublado cielo de Bogotá).
Yo escribo esto con una profunda rabia; ¿subjetiva? sí... como todos. Tengo amigos con quienes tomo en sus casas – los andenes – con quienes discuto de política, de la vida... desde mi experiencia, por supuesto distinta a la de ellos, aprendo, comparto; ¿compasión? No! No puedo sentir algo tan despreciable como la lástima por alguien que sabe mucho más que yo, que ha vivido cosas equivalentes, que sonríe, llora, disfruta, sufre, camina, que tiene las mismas necesidades fisiológicas, que ha sufrido la humillación que esta gran cárcel nos impone y que, en muchos casos, tuvo el valor de salirse de la pecera. ¿Rabia? Sí! ¿Odio? Sí! No puedo asimilar que la gente se queje del “horror” de las guerrillas, de la sevicia de los asesinos en serie, de la astucia despiadada de los que roban, de esos “otros” que deben ser juzgados porque la superioridad de la que se jactan los “normales” es sólo una vía de escape ante su propia monstruosidad: la indiferencia, la represión, un odio sin conciencia que arremete contra todo lo que se manifiesta distinto, extraño. Entiendo que si pretendo revolucionar mi entorno, con el arte y la escritura como armas de denuncia, no puedo llenarme de odios sin causa, al contrario... estoy convencida de que es el amor el camino, la comprensión, la autocrítica, el constante cuestionamiento a esta estructura de cadenas y esclavitudes de la que también hago parte. Pero la sensación de impotencia, las ganas de que haya un pare, las emociones encontradas y mezcladas con la ira que produce el hecho de ver las ilimitadas reacciones de esta sociedad en permanente guerra – de egos, por lo demás – me hace sentir odio, furia... y la irremediable necesidad de tomar partido – ¡ojo! No me refiero a una militancia inscrita a los sectores partidistas, enajenados por la burocracia y la politiquería de siempre – de dejar los brazos cruzados para quienes se duermen en los placeres domesticados, en el mercantilismo, la comercialización del tiempo, los recursos, el vivir... y hacer algo! Empiezo por denunciar lo que he visto, lo que he escuchado.
Bogotá es una ciudad habitada por más de veinte mil personas cuya opción de vida ha sido la calle. Los admiro; esa selva de cemento merecedora de cantos de salsa, no es suave ni amable, es el reflejo urbano de una guerra que lleva más de 60 años, debatida entre el poder gubernamental – con sus secuaces despiadados que infestan las calles con rifles amenazantes, y violan la integridad, la “soberanía” del inmenso territorio rural; y con su consabida corrupción parlamentaria –, el asqueroso poder paramilitar; y el no menos sanguinario poder guerrillero – que hace mucho desvirtuó los ideales de una revolución por y para el pueblo, debido a la ambición personalista y al narcotráfico –. La esfera de esos poderes es espacio de competencia eterna, competencia que arroja resultados alarmantes de muerte, desplazamiento, todo tipo de violaciones inconmensurables, de los que la vida en la calle, la delincuencia, el infinito crecimiento de los cordones de miseria, el reincidir del desplazamiento en la ciudad, el sicariato y demás manifestaciones del conflicto armado a nivel capitalino... son sólo la muestra de una profunda grieta social ante la que se debe denunciar, ACTUAR.
Consolé a Manzanita, joven mujer apaleada por el celador de una prestigiosa galería de arte en el centro; escucho a Blanquita cada vez que atravieso la avenida principal sobre la que se ubica mi universidad... vende la revista “La Calle” para poder alimentar a sus hijos, una de las cuales le fue arrebatada y llevada al Instituto de Bienestar Familiar... como si fuera a estar mejor que con su madre...; siento el fuerte y hostil resentimiento de un grupo de travestis que viven bajo un puente cerca a mi casa... odian a las mujeres, nos gritan cosas, suelen robar, pero no puedo juzgarlos, sino entender que su respuesta en la vida se debe a que en este mundo es anatema ser diferente, no encajar, emprender una lucha desde el cuerpo mismo, intimidar la moral y los esquemas de los alarmados transeúntes... eso debe ser arrasado, dicen. Giovanny, guardián de la cuadra donde vivo, escogió vivir en la calle hace más de treinta años, tiene frazadas para soportar el frío de las madrugadas bogotanas, habla con elocuencia y es bastante inteligente; conmigo es supremamente amable, pero también tuve que ver cómo estuvo a punto de asesinar a otra persona que con costales y basura pasaba por “su” esquina; esa es la jungla de asfalto... dormir con un ojo abierto por las amenazas eternas... la sociedad los rotula y les adjudica el rol de amenaza desechable; cruzan las aceras, los echan de los almacenes, les dan órdenes y se aprovechan de sus necesidades para posicionarse muy por encima de ellos. “Ellos”, claro, porque son los 'otros', los inferiores dementes, sucios, incultos, que estorban, afean. También conocí a Luchito... siempre cantaba cuando estaba con mis amigos en el parque vecino; mientras nosotros tomábamos vino, él bebía alcohol etílico y si le ofrecíamos de nuestro trago, decía que no tomaría del mismo vaso porque podía contagiarnos de alguna enfermedad; tenía dos perritos; una madrugada murió en su carro recolector de basura por un ataque al corazón; los vecinos se dieron cuenta por el incesante aullido de sus perros. Tengo muchas más historias, pero no terminaría pronto. Cada quien tiene las suyas, porque vivir en Bogotá es tener un contacto permanente y cotidiano, de una otra forma, con habitantes de la calle; ir al centro implica cruzarse con 5 o 6 en cada cuadra... claro, me han asaltado, pero el robo hace parte de la dinámica de la sociedad, asumirlo, enfrentarlo, entenderlo... no como una práctica que sólo comete el “pobre y maloliente desechable” digno de lástima u odio, sino los parlamentarios con corbatas, la clase media que sigue aspirando a ser millonaria en muchos casos mediante el robo, el presidente que también asesina, el ejército que roba vidas e integridad...
No pretendo impregnar el escrito de un discurso paternalista, asistencialista, caritativo, sectario; cuento mi experiencia y manifiesto mi sentir. No son “ellos”, somos todos, sin maniqueísmos ni disyuntivas, siendo consciente de la inmensa diversidad que, por fortuna, no deja homogeneizarnos, muy a pesar de los designios y deseos de los gobiernos neoliberales y autócratas.
Si ya somos parte de esta arrasadora especie animal, por lo menos hagamos algo, contrarrestemos el inmenso daño que hacemos con el consumo y el resto de cosas con las que insistimos y reafirmamos el ataque indiscriminado y falto de conciencia al planeta y a la naturaleza. Nos odiamos y matamos entre nosotros; hay una actitud que es denominador común de la burguesía: aplastar, destruir, luchar por ser “superior”, apropiarse de categorías humillantes, lenguajes que construyen realidades ajenas a esas proclamas religiosas tan falsas – hacen las veces de disfraz para la múltiple e hipócrita moralidad humana – de 'tolerancia', amor al prójimo, caridad: “te ayudo porque siento lástima, porque soy más y necesitas de mí, porque necesito sentirme bien y deshacerme de mis culpas”. ¡No! Mucho se ha escrito y hablado sobre esto; por fortuna hay gente 'diferente' que se ha encargado de luchar para que estos hechos no sean absorbidos por el maniqueo y excluyente sistema capitalista; sin embargo, parece ser insuficiente. El monstruo neoliberal que impera y pretende dominar debe ser combatido cada vez más eficazmente. Si bien ya no estamos en la época donde posturas políticas de partidos progresistas eran una opción loable, seguimos y seguiremos insertos en la constante necesidad de un mundo mejor. La micropolítica, los ideales de liberación por un mundo mejor, siguen siendo alternativas cuya fuerza debe estimularse en el diario vivir; el respeto por todas las vías que buscan la revolución – verdadera, asertiva, urgente – es mi política de vida: aprendo de mis compañeros, escucho y me enredo en los sueños de quienes merecen mi orgullo y admiración... personas con conciencia, luchadores que van más allá de la conmemoración personalista de los mártires porque enarbolan la bandera de su lucha, porque aprehenden sus proclamas y experiencias de vida para ajustarlas al contexto del inmediato y breve presente, cuyo devenir es mutable, vivo, dinámico.
Esa ciudad que es centro de la vida parlamentaria del inmenso país que es Colombia, no sólo es vivienda de tantas personas de la calle, es escenario continuo de la vida de los 'sin nombre': el Cartucho, calle del centro de la ciudad donde por tantos años vivieron haciendo fogatas, vendiendo droga, durmiendo, amando, criándose... fue destruido por un alcalde facho que los expulsó (seguramente exterminándolos como una de esas enfermedades que inventan las organizaciones internacionales en “pro” de la salud mundial, sólo para seguir creando pretextos de aniquilamiento y terrorismo de Estados)... ¿y a qué lugar fueron a parar? Más allá del placer que sintió la ciudadanía por la desaparición de tal “centro de delincuencia”, emergió entonces la preocupación de verlos robando, invadiendo sus condominios, durmiendo en los pasos peatonales, en las escaleras de las iglesias. Pero esa preocupación no fue más allá... pocos se atrevieron a investigar por su paradero.
Rápidamente surgieron más barrios de invasión con casas de metal, madera o plástico; la sociedad nuevamente se angustió por la armonía de la ciudad cosmopolita... la policía no escatimó en darse su toque de prestigio y volvió a tomar cartas en el asunto: la muerte no era la opción más aplaudida, no era suficiente! La tortura, en cambio.......... Por ejemplo, uno de los planes favoritos de muchos de los muchachos que prestan el obligatorio servicio militar, es salir a violar prostitutas, golpear personas de la calle, escupir niños, hacer redadas letales en su contra, usarlos como positivos vestidos de guerrilleros – por supuesto, ese enemigo común, satanizado, se convierte en un orgullo para aquellos militares que logran acabarlos a bala y plomo; la ciudadanía no se priva de aplaudirlo, el gobierno no reduce esfuerzos en premiarlo; hoy en día es uno de los escándalos que mancha la honra del actual presidente colombiano Juan Manuel Santos; su autoridad dio la orden siendo ministro de defensa, y esa acción se oculta en las faldas del siempre fuerte Uribe –. La falta de dinero de muchos policías razos para pagar por prostitutas, los lleva a aprovecharse de las mujeres que recorren las calles bogotanas, muchas de ellas defendiendo a sus hijos con ácido para echarle en la cara a los violadores. No hay confianza ante la solidaridad de buenas personas que han creado redes de apoyo, movimientos nocturnos con los que reparten café, chocolate caliente, pan, aguapanela... no todos son tan buenos... hay personas premeditadas e incansablemente desubicadas, que dedican parte de su vida a preparar comida envenenada y así asesinar perros, gatos, palomas y personas de la calle.
En mi corta vida he escuchado infinidad de historias de este tipo. ¿La fuente? Ellos mismos; mis perritos que, habiendo sido adoptados en mi hogar materno, tienen cicatrices que así lo confirman; mis amigos de la calle con quienes comparto la cuadra donde vivo, y con quienes me he sentado a compartir copas del whisky nacional (hecho por la asociación indígena que hace vino de coca, producto nacional, barato, digno de un brindis por la inmensa herida que aqueja a nuestros pueblos latinoamericanos: Old John, hecho por Vincoca). Las infinitas realidades de quienes sufren las miserias urbanas no distan mucho de lo que arriba relato: hoy vivo en Santiago de Chile, ayer viví en Caracas, inclusive lo vi en una ciudad de ese odioso imperio del norte: las personas de la calle son el eje del asco, de la compasión, de muchos sentimientos humanos que se cosifican en odios, rechazos. Hoy en Bogotá los siguen desapareciendo, los golpean sin piedad... y ante esto no pude callar, todo lo contrario... denuncio, grito, escribo, lloro de rabia... que no se quede así, que no se quede en eso, que usted haga parte de una lucha por nuestros hermanos, porque nosotros también debemos tener el derecho a elegir si queremos un techo de cemento, o si queremos un cielo que nos cobije; ese derecho de vivir en el asediado 'espacio público' es el mismo derecho por la vida. Aborto, eutanasia, suicidio, vivir en la calle, consumir drogas... son nuestros cuerpos, son nuestras vidas, los caminos por los que merecemos caminar con absoluto dominio, sin temor a la represión o demencia del aparato opresor. Estos gobiernos de mierda deben ser acallados... votar les da el poder de ejercer todo tipo de herramientas esclavizantes que coartan eso que Estados Unidos levanta como su bandera – vaya farsa! – la libertad...
Texto y espacio en construcción........................
Alaia
Santiago de Chile
diciembre 21 de 2010