Este espacio tiene el objetivo de ser un lugar en donde la critica pueda existir. Vinculado a la historia, las ciencias sociales y los estudios culturales, estas voces que han permanecido ausente por la invisibilización de los campos intelectuales de poder, y la subjetividad de los que dicen contener el "conocimiento científico", han querido emerger desde el nicho de la marginalidad, siendo un volcan que ebulle para dar luces de su pensamiento.
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miércoles, 6 de octubre de 2010

HISTORIA, TRAUMA Y MUERTE EN PERÍODO DE DICTADURA (Chile)

e
            “En la medida en que el futuro no tiene sentido inteligible
ni aparece como un horizonte esperanzador,
el mañana mejor tiende a ser reemplazado por un pasado dorado”
N. Lechner y Pedro Guell.
 “Construcción social de las memorias en la transición chilena”
en “Subjetividad y figuras de la memoria”.

“El mundo como tal es solamente una fábula.
Una fábula es algo que se cuenta
y no tiene existencia fuera del relato”
F. Nietzsche
En “¿Por qué la Historia?” de K. Jenkins.

“En el mejor de los casos, la narrativa no ayuda a cambiar
el pasado a través de una dudosa reescritura de la historia
sino a elaborar de una manera que abra futuro posibles”
Dominick Lacapra
En “Historia en tránsito”.

El período de Dictadura militar (1973-1989), marcó la vida de los chilenos de variadas formas y maneras; multifacetas que imperan en el espacio de la opinión pública, tanto a nivel socio-cultural como político. Fueron muchos los afectados directamente por la represión, como así también, fueron a muchos los que la violencia y la muerte no golpeó la puerta de su casa. En eso mismo, se hace necesario el testimonio para revelar las distintas experiencias en torno a la contingencia social y política en época de Dictadura. Sin embargo, recordar, relatar, y “volver a vivir” el trauma incrustado a través de perdigones políticos y represivos, se transforma en una tarea compleja e inasequible. El proceso de realizar lo “invivible”, es decir, recobrar el relato testimonial-testigo de los acontecimientos en época de Dictadura, de aquellas personas que vivieron la tortura y presenciaron la muerte –o por lo menos escucharon de ella-, es inagotablemente distinto que escribir cualquier tipo de historia. La labor del historiador, actualmente se ha transformado en la de un guardián del saber histórico fundado en la razón científica y acrítica del mundo moderno: modernismos que hacen imposible la enseñanza ética de comprender –tolerantemente- las decisiones para la “otredad”, y por tanto, de escuchar al otro en cuanto a su relevancia de experiencia se refiere. A lo que vamos, es a dar cuenta de la carencia de espacio para “testimonio” de la época de Dictadura, así como también de contingente social que disponga a escuchar. Es aquí, un complejo aparataje teórico del “trauma histórico”; E. Jelin, nos señala una de las paradojas del trauma histórico: “la incapacidad o imposibilidad de construir una narrativa por vacío dialógico -no hay sujeto y no hay oyente, no hay escucha”[1]. Frente a esto, damos cuenta de la falta de un escenario que contenga las distintas percepciones frente a lo ocurrido en época de Dictadura, una ausencia de la disponibilidad del diálogo para sanar tales heridas. Es más que eso, más que un espacio para debatir, sino aun más, para reparar a través de la palabra los dolores y traumas, ausencias y carencias, que dejó como “huella”. Para también hacer decible lo que nadie quiere decir, en la arremetida contra una suculenta dosis de miedo y silencio. 

Por tanto, deseamos mostrar las distintas perspectivas y reflexiones historiográficas (a la vez de demostrar el acaudalado trabajo del historiador frente al problema), demostrando una cierta incapacidad escritural que se vislumbra para hilvanar en la reconstrucción del pasado reciente de nuestro país: sobre la época de la desaparición.

Durante 17 años de dictadura en Chile, el recambio generacional a logrado inconcebir la responsabilidad social frente a los hechos, de manera de que no existe una ética frente a la resolución de los acontecimientos, ni diálogo, ni muchos menos un “escucha” de los traumáticos hechos ocurridos durante período de Dictadura. Esto puede deberse, por un lado, por la incapacidad de transferencia de los relatos de padres a hijos acerca de sus experiencias sobre la época de Dictadura; es decir, por no querer rememorar divisorios y dolorosos acontecimientos, y  privilegiar un “continuar” hacia una época democrática y conciliadora. También puede tratarse, de una falta de compromiso de parte del Estado chileno frente al tema: si bien las autoridades han trabajado en el reconocimiento y bajo el espectro de una “ética y reparo gubernamental”, sigue siendo en perspectivas artificiales y superfluas, y más, un malestar político que un precedente histórico de los problemas sociales actuales. 

Con estas dos ópticas referenciales, podemos conjeturar las distintas dificultades del quehacer historiográfico, ya sea: como problema de la escritura de la historia, y como, incapacidad de la fuente de revelarse como tal, -considerando que la historia oral, a tratado de romper esa imposibilidad frente a hechos traumáticos, dándole una gran importancia al “testimonio” en sí, y su “escucha”. El escepticismo y los distintos niveles de despolitización en la ciudadanía post-dictadura, sin duda que tienen directa relación con los hechos traumáticos y violentos de aquella época; époque de la disparition, de lo incontrolable e incipiente a la vez, de la “interrupción, en primer lugar, de la experiencia histórica, y de las categorías del pensamiento a ella asociadas. Interrupción, en segundo lugar, del dispositivo narrativo que da sostén al conocimiento historiográfico…”[2].

Marco teórico.

 Familiares de desaparecidos en Calama.

a) El problema de la escritura de la historia, sobre el trauma y la muerte.

- Son distintas las perspectivas filosóficas que convocan a la actividad historiográfica; ya sea, para la investigación histórica, y otra, que tiene que ver acerca de la narración histórica, -la producción del texto histórico. En tanto, el debate se encuadra frente a las tendencias desde la historia social, y las versiones posmodernas sobre el texto histórico. Hemos escogidos un debate puntual acerca de la temática: este es el referido sobre los testimonios del Holocausto; un debate entre D. LaCapra y H. White, -para de esa forma, aplicarlo al caso chileno de la “época de la desaparición”.   
En esta instancia, LaCapra aborda la temática dando a conocer los dos tipos de investigación desde la labor del historiador, la cual, posee la intención de dar con la “verdad” de los hechos, haciendo relevante el análisis de las fuentes y los testimonios, como tal. El primero de ellos, es el modelo de investigación autosuficiente o documental. La preferencia se inclina en el análisis de documentos (generalmente archivísticos), lo cual exige, un exhaustivo contraste entre fuentes diferenciadas que apunten al problema de investigación, y así lograr, el grado de depuración de la información, y los niveles de la objetividad. Por tanto, esta perspectiva privilegia la investigación histórica, y sus posicionamientos epistemológicos; es por eso que “la escritura se halla subordinada al contenido constituido por hechos, por su narración o por sus análisis”[3]. Entonces se transforma en una escritura mecánica, transparente y convencional, que sólo da cuenta del traspaso de información. 

Hay una segunda perspectiva polarizada a la anteriormente señalada; la del constructivismo radical. Perspectiva que es netamente contemporánea y posmoderna. Es aquí, donde se considera el relativismo histórico y ético, en cuanto, que se destruye el imaginario moderno; y se pasa, directamente, a las manos del texto, el mundo como texto. Estas dos breves reseñas de las polarizadas versiones acerca de la imagen historiográfica, son las que se confrontan acerca del tratamiento del trauma, y la muerte. ¿Cómo podemos escribir el trauma?, la historia oral a logrado captar la atención de las investigaciones históricas, que a través de los testimonios, a sufrido complejidades al momento de revelar un testimonio basado en un acto traumático, -donde se pierde la noción del tiempo y del espacio, y todo se vuelve menos doloroso. Esta aporía, obstaculiza los grados de objetividad en la perspectiva autosuficiente documental, o, se vincula artificialmente en los imaginarios de relatos desde el constructivismo radical, y los movimientos anti-éticos posmodernos, -lo que no quiere decir “inmoral”. Sin embargo, LaCapra postula a exigir una labor historiográfica basada en la crítica literaria y los movimientos interdisciplinarios, que llaman a la deconstrucción del contexto en análisis y revela –por sobre esa condición- el testimonio propiamente tal. Para lograr eso, postula la alternativa entregada por R. Barthes, llamada La voz media. En donde, se debe reconocer a un “otro” polarizado (para nuestro caso, perpetradores y víctimas), y donde el historiador efectúa la mediación literaria deconstructiva mediante una escritura terapéutica. La postulación la realiza Hayden White a LaCapra, empero, White mantiene su postura radicalizada y opta por seguir sus planteamientos tropológicos; ya que, de todas formas considera un acto de ficción y sublime tal intervención del historiador, y no existe nada detrás de “él” que sostenga su calidad de juez o intermediario.

b) Reflexión sobre la labor del historiador.

- La labor del historiador se asemeja a la de un juez. Esto tiene que ver, con la puntualidad del ejercicio del juez, y la determinación del historiador; “El juez y el historiador –ha escrito Carlo Ginzburg- tienen en común la convicción de que es posible probar, según determinadas reglas, que x ha hecho y: donde x puede designar tanto al protagonista, aunque sea sinónimo, de un acontecimiento histórico, como al sujeto de un procedimiento penal: e y, una acción cualquiera”[4]. Por cuanto, tanto historiador como juez, captan las partes desunidas las unen en litigio, y las separan con resolución. Ambas prácticas, se elevan desde la verdad, con ansias de obtener una regla universal que cubra el espectro de las relaciones sociales en forma a priori.  El caso de este debate, se enmarca dentro de una discusión actual y que apunta sobre la actividad del juez  (y la justicia) frente a los acontecimientos acaecidos en período de Dictadura, en la época de la desaparición. Violaciones de los D.D.H.H., eliminación de la práctica política, represión, fin de la democracia. El juez activo, recopila documentación que aporta a la investigación en proceso, y lleva la causa a la justicia. De esta manera, circulan hechos puntuales acerca del trauma y la muerte, la verdad la trae el historiador, enhorabuena, se escapan las capacidades neutrales y se develan los cuerpos sociales desde donde proviene tales juicios y determinaciones; esta es una idea que seguimos a De Certau.

Unas de las más aceptadas apreciaciones entorno a la labor del historiador, tiene que ver, con los enlaces interdisciplinarios: necesarios a la hora de cobrar testimonio, se vuelven imprescindible las herramientas reflexivas desde otras disciplinas. En este enfoque, D. LaCapra, postula –a modo de ejemplo- lo necesario que se ha convertido, los enfoques psicoanalíticos al momento de conllevar una entrevista que se refiera a un hecho traumático, violento, o sobre la muerte. En forma terapéutica, la labor del historiador, también es de sanar; por tanto, la “verdad” queda postergada –ya que, por mientras, ésta provoca daño.

Por lo cual, a la vez, la “verdad” se transforma en una metafísica de la historia innecesaria, en el caso de los D.D.H.H., “un metarrelato” que congrega la exclusividad y neutralidad de la labor del historiador, lavándose las manos frente a la sociedad. En eso mismo, las distintas caracterizaciones que se hacen con respecto las divisiones en la sociedad (a causa de la Dictadura), se vuelven comprometidas y polarizadoras: por ejemplo, G. Salazar en su libro “violencia política en los sectores populares”, a modo de introducción, realiza una presentación epistemológica de la “crítica”, para así fundamentar su propia posición epistemológica de la misma – de todas formas, una acción autorreferente. En la misma instancia, realiza una injustificada “crítica” a una “vertiente” actual de la crítica, llamada Los escépticos del sentido: inaugurada por el historiador Eduardo Devés, con su texto “Los escépticos del sentido”. Desde “esa” posición, Salazar, propina las más ácidas críticas hacia los escépticos del sentido, tachándolos de “incomprometidos” y “palabreros”. Además de que sus trabajos, carecen de “objetividad” y “cientificidad”. ¿Qué pretende Salazar con estos comentarios?, en mi percepción, además de “sacar del camino” a dichos suscritos, siente que la ruta hacia la verdad de los hechos ocurridos durante la Dictadura militar en Chile, en el plano historiográfico, se ve interrumpida por una fuerza generacional que se disuelve en el escepticismo acarreado por las rupturas y desilusiones que dejó (como “huella”) la dictadura. Entonces, nos adherimos al escepticismo, al caos, para volver a reconstruir pero sin olvidar el pasado; recordar con ímpetu, y no con nostalgia.

c) La falta del espacio dialógico, la falta de un “escucha”.  

- Reconocemos, amargamente, que existe una sociedad fragmentada y polarizada; huella superflua e inexorable, pero poética*, de la Dictadura. Durante este período, hubo un desconocimiento hacia el “otro”, lo cual, se hace necesario para llevar a cabo los niveles de violencia que se conocieron durante el período de Dictadura. Esto se traduce hacia lo que Elizabeth Jelin a denominado como “carencia de un espacio dialógico”:

“Estamos aquí frente a una de las paradojas del <<trauma histórico>>, que señala el doble hueco en la narrativa: la incapacidad o imposibilidad de construir una narrativa por el vacío dialógico –no hay sujeto y no hay oyente, no hay escucha. Cuando se abre el camino al diálogo, quien habla y quien escucha comienzan a nombrar, a dar sentido, a construir memorias. Pero se necesitan a ambos, interactuando en un escenario compartido”[5]

La reconstitución del “otro”, la entendemos como la aprecian las tendencias Derrideanas o Levinaseanas; es decir, a través de su différance. K. Jenkins, nos enseña a apreciar la Différance de la siguiente forma:

“Así, esta determinación interminable de la decisión moral significa (para Derrida y para Levinas,….) que uno siempre mantiene abierta la posibilidad  de la diferencia, de la novedad, de la sorpresa, de la política, de un exceso infinito de posibilidades; de lo “por venir”; del “quizá”; de libertades más allá de cualquier intento cercamiento (contingente) de ese caos natural que es nuestra suerte.”[6]

Por tanto, una historiografía que comprenda las “diferencias”, se sometería a lo no-fundado, a lo indecible, pero, a la vez, a lo esperanzador. En tanto, se podría reconstruir una espacio dialógico, donde el “otro”, no sea sometido a las reglas de “nosotros”; y por tanto, a las reglas de una historiografía que condene a todo victimario, y los aspire, como totalidad y unicidad. En ese caso, la responsabilidad social de los hechos entendidos entre 1973 y 1989, serían de “exclusividad de quienes los emiten”, paráfrasis televisiva que alcance las comunidades historiográficas.

d) La imposibilidad política. Historiografía y política.

- Variadas son las críticas que se pueden realizar desde la óptica política (ya como confidente directo de los hechos ocurridos en la época de la desaparición), y desde la óptica historiográfica (ya como actor indirecto de los hechos ocurridos en la dicha época). El cruce es peligroso, provoca a la “verdad”. Sin embargo, es la acaecida con los hechos políticos, en donde los historiadores se vuelven triunfantes dando sus resultados derivados de una investigación. Es un tema predilecto y sensual para los historiadores, me recuerda –bajo la ironía- a los que decía Marc Bloch; la historia debe volver al hombre”, lo cual, esta historia social, no a podido realizar. La Historia social, “desde abajo”; la voz de los sin voz, se transformó en una “historia ventrílocua”, que habla por quienes no quieren hablar: han decido no hablar nunca más, sin embargo, en una cirugía de la palabra se extraen sus derechos a “olvidar” o “callar”. Esa fue una decisión desde la “diferencia” sin reglas; decisión que la política no concibe: o las rechaza, o las “reduce” a que sí bien es una negación de la política, esta no deja ser política. Totalidad de la política, que se suscribe en un discurso que construye homogeneidad:

“El tipo de coherencia  que atribuimos a una formación discursiva es cercano –con las diferencias que especificaremos luego- al que caracteriza al concepto de “formación discursiva” elaborado por Foucault: la regularidad en la dispersión. En la Arqueología del saber, Foucault rechaza cuatro hipótesis acerca del principio unificante de una formación discursiva –la referencia al mismo objeto, un estilo común en la producción de enunciados, la constancia de los conceptos y la referencia a un tema común- y hace de la dispersión misma el principio  de unidad, en la medida en que esta dispersión está gobernada por reglas formación, por las complejas condiciones de existencia de los elementos dispersos”[7]

La regularidad, en este caso, comprendería el caso sublime de nostalgia que rodea a una historiografía; que se escribe democrática, pero que, no obstante, descarta posibilidad de hablar desde el escepticismo, o la diferencia. Es un “orden del discurso”, que se funda en el deseo incontrolable de sucumbir y sacudir, a una clase social dominante y amplia.
Seleccionamos el texto de Verónica Valdivia Ortiz de Zárate, “El golpe después del golpe”, aquí la autora trata de analizar las diferencias que se dieron una constituida la Junta Militar en el año de 1974, y desde una perspectiva histórica desde los años 60’, hasta la década de los 80’. En esa medida, analiza al victimario y perpetrador, desde la óptica descentrada de la historiografía social, “ironiza, satiriza y reduce” los aspectos y las diferencias de las fuerzas armadas. Por tanto, no las considera en un especetro democrático de la palabra.

Patricia Pérez
Diego Pérez


[1] Elizabeth Jelin: “Los trabajos de la memoria”. Pág. 84. Edit. Siglo XXI. 2001.
[2] Miguel Valderrama: “Posthistoria. Historiografía y comunidad”. Pág. 14. Edit. Palinodia. 2005.
[3] Dominick LaCapra: “Escribir la historia, escribir el trauma”. Pág. 29. Edit. Nueva visión.
[4] Carlo Ginzburg: “El juez y el historiador” pág. 104. Traduc. Alberto Clavería.
* No nos referimos a la modalidad “estética” de lo bello que contrae la poética, sino más bien, a la instancia que inscribe el horror, la muerte y la tragedia; y que la ciencia no puede concebir ni demostrar, es decir, “lo sublime”. 
[5] Elizabeth Jelin: “Los trabajos de la memoria”. Cap. “Trauma, testimonio y <<verdad>>”. [La cursiva es de nosotros].
[6] Keith Jenkins: “¿Por qué la historia? Pág. 73. Edit. Fondo Económico de Cultura.
[7] Ernesto Laclau y Chantal Mouffe: “Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia” pág. 143. Edit. Fondo económico de cultura.